Leyendo los bonsáis




Por Luis Carlos Mussó
Diario El Telégrafo - Guayaquil


Marcelo Báez Meza (Guayaquil, 1969) es un viejo conocido en el universo libresco del país. Lo hemos visto desenvolverse con talento en diversos géneros. Ahí están la lírica, la narrativa tanto de corto como de largo aliento, la reseña cinematográfica, el periodismo, el ensayo. De su producción cuentística habíamos leído Movimientos para bosquejar un rostro (Guayaquil, UCSG, 2003). No nos sorprende, por tanto, la aparición del libro Bonsáis (Pilpinta, Lima, 2010), I premio en la edición pionera del torneo de cuento breve Jorge Salazar. Se trata de un puñado de relatos (diez) que se despliegan en algo más de 50 páginas y que, desde un principio, permite conocer una concepción clara acerca del oficio y del paciente arte de podar el lenguaje. Quiero decir que se nota una lúcida conciencia organizadora que nos advierte, entretiene, hace reflexionar. Las piezas se arman y movilizan entre referentes literarios, históricos y cómo no (tratándose de Báez), cinematográficos. Estos cuentos nos pueden llevar desde  un plató de grabación hasta un instante del génesis. También hay algo como un tono cortazariano en “Método para escribir un cuento en un minuto” (que a su vez ya había usado en su primer libro de cuentos). Leemos “Golpe a golpe”:
“Trasímaco de Calceta cuenta en uno de sus proemios que Timocreón fue a visitar al Gran Rey y, una vez recibido por éste como huésped, comió abundantemente. Al preguntarle el monarca qué iba a hacer a continuación, contestó:
-Venceré a innumerables persas.
Al día siguiente, después de derrotar uno a uno a los enemigos, sus brazos no dejaban de moverse violentamente. Cuando el Gran Rey le preguntó el porqué de su actitud Timocreón respondió:
-Me sobraron golpes para vencer a más persas”.

Y no podemos menos que trazar un puente imaginario entre una cultura aprehendida y la que vivimos. No me agradaría contarles la película, sino empujarlos a que ustedes la vayan a ver. Si digo que este libro promueve movilizaciones internas en el lector, en “La mujer de Lot” expongo pruebas al canto: “Cuando se volteó, no fue ella quien se convirtió en sal, sino la ciudad que iba dejando atrás”.
Acompañan a este ejercicio minimalista extremo otros relatos más extensos, si cabe la palabra. Estos bonsáis son la constatación de que a esta voz le interesa procurar al lector un texto cuajado, maduro. ¿No se trata de eso la literatura?